Mi difunto padre

Mi papá era un hombre muy reservado y nunca expresaba sus sentimientos, como todo ser humano tuvo sus yerros y cuando vivía me sentía incómoda en su presencia.

Se me hizo muy difícil comunicarme con él, sobre todo en mi época de adolescencia y en ocasiones fui grosera, pero cuando llegué a mi adultez entendí que no conseguiría nada bueno si seguía albergando ese sentimiento de hostilidad hacia él, así que decidí cambiar.

La llegada de mi perrita Kitty fue como un bálsamo en nuestra relación, pues era como la conexión entre ambos; poco a poco empezamos a tener temas de conversación y la tirantez que existía quedó atrás.

En últimos años llegamos a ser tan unidos que me acompañaba a todos los sitios a donde tuviera que ir, si tenía que ir al banco, de compras o al veterinario, mi papá estaba allí acompañándome.

Aún lo recuerdo con su gorra de beisbol esperándome en la mecedora con Kitty en su regazo.

Como mis papás vivían en el centro, se podía ir caminando a dicha zona. Disfrutaba ir con él a los asuntos que tuviera que arreglar, pero en los últimos años su salud empezó a deteriorarse. Un día me dijo: «estaba bien hasta los 70 años, ya después empecé a decaer».

Efectivamente empezó a bajar de peso y lo acompañé al médico del seguro social. Le mandaron a hacer un electro porque tenía problemas del corazón debido a que era hipertenso. Después iba cada mes a sus visitas de control y nos decía que estaba bien y se tomaba su medicina.

Una mañana pasé a verlos camino al trabajo, él se encontraba en su mecedora y lo noté extraño, hacía un gesto de dolor y le pregunté qué le sucedía, me dijo «me duele un poquito el pecho». Le respondí: «vamos al seguro, te llevo», y me contestó: «No, me duele solo poquito»

Por mas que le insistí no quiso ir y se fue a acostar, me prometió que llamarían a su doctor de cabecera.

Tenía poco que había llegado al trabajo, cuando mi mamá me mandó un mensaje que decía: «Hija tu papá se cayó, está aquí el Dr. Ferrer y dice que hay que hospitalizarlo»

Salí inmediatamente hacia la casa de mis papás y cuando llegué, mi sobrina Melissa iba subiendo con él en la ambulancia. Así que los seguimos en mi auto mi mamá y yo.

En el hospital nos dijeron que había tenido un infarto, pero como era una clínica pequeña, tenían que llevarlo a especialidades. En ese momento mi papá estaba consciente y se daba cuenta de todo.

Pero lo llevaron a un hospital que no correspondía, en vez de llevarlo a cardiología, lo llevaron al hospital de maternidad. Luchamos por pedir el cambio, pero entre la burocracia y la falta de camas, se tuvo que quedar en ese hospital y entró en coma.

Mi papá sufrió el infarto el día 3 de Diciembre y falleció el 8 de Diciembre de 2018. Nunca despertó del coma. Ya fallecido, uno de los médicos que lo atendió le dijo a mi hermano que en las notas del seguro social, decía que mi papá necesitaba un marcapaso, que por qué no se lo había puesto…

Obviamente no estábamos enterados, fue información que mi papá nos ocultó; hasta ese grado fue reservado; sin duda un hombre muy extraño y sigo pensando en él a casi 5 años de su muerte.

No hay día que no piense en él, no hay día que no lo recuerde. Lo siento conmigo en todo momento. Se que me quiso aunque nunca me lo expresó, me quiso a su manera y aprendí a aceptar que él era como era.

Sin duda los seres humanos somos muy extraños, cuando aún tenemos a nuestros seres queridos, los damos por sentado y creemos que siempre estarán allí, nunca tenemos tiempo para ellos, pero cuando se han ido de este plano es cuando pensamos «¿por qué no le dije esto, ó aquello?»

No tengo nada de lo cual arrepentirme porque arreglé los asuntos que tenía pendientes con él en la medida que me fue posible, pero creo que mi papá sí dejó muchísimos asuntos pendientes, entre los cuales están haberse comunicado con su esposa, con sus hijos y sus nietos.

Tenía demasiados monstruos en su cabeza, y si aún pudiera verme le diría: «Pá, descansa en paz y siéntete orgulloso, que ahora me toca a mí espantar los monstruos»

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