Mi papá fue quien compró la primera computadora que tuvimos, ninguno en la casa sabía usarla pero él quiso comprarla porque en su trabajo les acababan de instalar equipo de cómputo. No teníamos ni idea de lo que nos esperaba.
El día de la llegada de la «máquina mágica», mi papá estaba todo entusiasmado, pegado al técnico para que le explicara como usarla.
Yo me encontraba también atenta a las explicaciones, aunque debo de confesar que no le entendí muy bien, me sentía como una exploradora a punto de adentrarse en un territorio desconocido. La computadora estaba compuesta por piezas que, para mí, eran como el misterioso mecanismo de un reloj suizo.
Sin embargo, mis ansias de conquistar la nueva era digital eran más fuertes que cualquier confusión . Así que decidí embarcarme en la misión de aprender a utilizar esta maravilla tecnológica.
Las primeras semanas fueron todo un desafío. No sabía usar los programas que ahora son comunes para mí, tampoco sabía usar internet y no me imaginaba el potencial del mismo.
Fue entonces cuando tomé la decisión de inscribirme en clases de computación. Armada con mi libreta y bolígrafo, me adentré en ese mundo hasta entonces desconocido. Las lecciones eran como una expedición por una jungla tecnológica, pero poco a poco, fui descubriendo los secretos de la programación y el manejo de archivos.
Recuerdo con cariño aquellos días en los que tropezaba con el ratón y escribía usando solo dos dedos. Era como si estuviera aprendiendo un nuevo idioma, pero con el tiempo, comencé a hablar la lengua de la computadora con fluidez.
Después fui descubriendo con asombro cómo navegaba por la incipiente internet, como un navegante surcando mares virtuales. La computadora, que en un principio nos causaba desconcierto, se convirtió en una aliada en nuestras aventuras digitales, ya que mi papá también aprendió a usarla muy bien.
Con el paso de los años, esa primera computadora se transformó en un tesoro lleno de recuerdos y risas. Aunque en su momento fue un desafío, la odisea tecnológica quedó atrás y ahora el uso de la computadora es parte importante de mi vida.
Aún conservo mis primeros cuentos que fueron escritos en libretas o en hojas sueltas, pero con la llegada de aquella computadora, empecé a transcribirlos y respaldarlos en archivos que tengo guardados en un disco duro externo.
Hoy, mientras escribo estas líneas, no puedo evitar sonreír al recordar aquellos días de aprendizaje. Mi primera computadora fue más que una máquina; fue la puerta de entrada a un universo lleno de posibilidades y descubrimientos. Y así, con un toque de nostalgia y una risa cómplice, celebro aquel capítulo pionero de mi vida digital.


Una respuesta a «»