Por Aimée Padilla
cada uno lleva consigo una historia única, un relato entrelazado con lazos familiares y caprichos del destino en donde no tenemos ningún control. Mi segundo nombre, Elena, es uno de esos nombres que se oculta a los demás, asomándose solo entre los miembros más cercanos de mi círculo íntimo.
Elena, ese nombre que resuena como un eco entrañable cuando alguien de la familia decide invocar mi segunda identidad. Pero, ¿de dónde proviene este nombre? ¿Hay algún significado especial detrás del nombre?
Elena, derivado del griego Helénē, evoca imágenes de la antigua Troya y la figura mítica de Helena, cuya belleza desencadenó una guerra. Mi abuela materna, la original Elena en mi vida, nunca llegué a conocerla ya que falleció antes de que yo naciera.
Es curioso cómo un nombre puede tejer conexiones a través de generaciones. De hecho en la familia hay otras Elenas, pero nos distinguimos porque, como buenas latinoamericanas acostumbramos a usar dos nombres.
En mi caso, Elena no fue una elección inspirada por algún significado transcendental. No, mi segundo nombre es más bien un tributo personal a mi abuela, una manera de honrar su memoria.
Ahora, el verdadero misterio radica en cómo un nombre que solo resuena en la intimidad familiar se escabulle en mi vida cotidiana. Cuando alguien en la calle grita «Elena», no puedo evitar preguntarme si acaso se refieren a otra persona, porque créanme que ¡no volteo! Elena está reservado para la familia, y para mí es inconcebible que ese grito vaya dirigido a mí.
En el juego de identidades, Elena es mi carta secreta, mi álter ego reservado para cenas familiares y eventos especiales. Al hablar conmigo misma, suelo adoptar la personalidad del segundo nombre: «Elena, ¿qué opinas sobre esto?» como si estuviera consultando a un oráculo. Y aunque no tenga un significado especial más allá de las conexiones familiares, Elena añade un toque de intriga y diversión a mi vida diaria.
Así que, mientras continúo siendo «Elena» para la familia y «el otro nombre» para el resto del mundo, abrazo con humor esa dualidad de identidades que me ha regalado la historia familiar. ¿Elena? Sí, así es como me llaman en casa.

