Por Aimée Padilla
En los pliegues del tiempo, un encuentro efímero,
dos almas que se cruzan, un vínculo sincero.
Ella con ojos de aurora, y él un misterio,
tejiendo complicidades en un mundo austero.
La amistad floreció como un jardín secreto,
risas compartidas, confidencias al viento.
Pero el destino, caprichoso y despiadado,
reveló su verdad oculta, un lazo ya atado.
Él, un hombre con sortija, su corazón dividido,
ella, entre la pasión y la lealtad herida.
El amor no correspondido, un abismo profundo,
y ella con lágrimas silenciosas se hundió.
Las palabras crueles brotaron como espinas,
él, enfurecido la acusó de traición divina.
Ella, digna y serena, cerró la puerta al pasado,
decidió sanar las heridas, dejarlo todo atrás.
Cinco años transcurrieron, un nuevo capítulo,
ella encontró un amor sincero, un alma cómplice.
Se casó con la esperanza, con un corazón repleto,
pero el eco de aquel hombre aún la perseguía.
Un día él regresó, como un fantasma en la niebla,
sus ojos cargados de arrepentimiento y ruegos.
“¿Por qué me olvidaste?” susurró desesperado,
pero ella, firme y decidida le habló con sosiego:
“El tiempo nos cambia, nos moldea como arcilla,
tú fuiste un capítulo, ahora mi historia es distinta.
No puedo volver atrás, ni desandar el camino,
olvídame, como yo te olvidé, en este silencio divino.”
Así en el eco del silencio, se desvaneció su sombra,
ella siguió adelante, con su amor y su nueva obra.
El pasado quedó atrás, como un sueño desvanecido,
y en el presente, ella encontró su paz, su amor verdadero.

