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Por Aimée Padilla
Había una vez un pequeño pueblo en las afueras de la ciudad. En ese lugar, la secundaria “Río de Letras” se alzaba modestamente, con sus aulas llenas de sueños y sus pasillos repletos de historias por escribir. El profesor de literatura, Don Manuel, era un hombre de cabellos plateados y ojos brillantes. Su amor por las palabras era palpable, y su entusiasmo por enseñar a los jóvenes a expresarse a través de la escritura era inquebrantable.
Un día, en una fría mañana de otoño, llegó a su clase un chico tímido llamado Daniel. Sus ojos castaños escondían un mundo de imaginación, pero su voz apenas se atrevía a susurrar sus pensamientos. Daniel creía que sus escritos eran mediocres, que no valían la pena. Se sentaba en el último pupitre, tratando de pasar desapercibido, pero Don Manuel lo notó desde el primer día.
El profesor leyó los ensayos de Daniel, llenos de metáforas tímidas y diálogos entrecortados. Pero en esas palabras, Don Manuel vio algo más: la semilla de un escritor en ciernes. Un día, después de clase, lo detuvo en el pasillo.
“Daniel”, dijo con una sonrisa cálida, “tienes un don especial. No importa cuántas veces te caigas, siempre debes levantarte. La escritura es como la vida misma: un proceso de aprendizaje constante. No temas al papel en blanco ni a las críticas. Escribe con el corazón y no dejes que la timidez te detenga”.
Daniel asintió, sus mejillas enrojecidas. A partir de ese momento, Don Manuel se convirtió en su mentor. Le recomendó libros, le dio consejos sobre estructura y estilo, y lo animó a participar en concursos literarios. Daniel seguía siendo tímido, pero su confianza creció con cada palabra escrita.
Los años pasaron, y Daniel se convirtió en un joven apasionado por las letras. Publicó su primera novela a los veinticinco años, y el éxito fue abrumador. Los críticos elogiaron su prosa, y los lectores se sumergieron en sus mundos imaginarios. En una entrevista, le preguntaron sobre su inspiración.
“Todo se lo debo a mi profesor de secundaria”, dijo Daniel con gratitud. “Don Manuel creyó en mí cuando yo no lo hacía. Sus palabras me impulsaron a seguir adelante, incluso cuando dudaba de mí mismo”.
Don Manuel, ya retirado, sonrió al leer la entrevista. Había visto en Daniel lo que otros no veían: el potencial, la pasión y la perseverancia. Las palabras del maestro habían dado fruto, y Daniel se había convertido en un reconocido escritor.
Así, en la secundaria “Río de Letras”, la leyenda de Don Manuel perduró. Los jóvenes escritores seguían buscando su consejo, y él siempre les recordaba: “No importa cuántas veces te caigas, siempre debes levantarte”.


Todos necesitaríamos a un Don Manuel en nuestras vidas. Hagas lo que hagas.
Magnos sueños.
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Asi es, sería fabuloso tener un mentor que nos ayudara a creer en nosotros mismos. Gracias por comentar. Un abrazo
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