Por Aimée Padilla
Desde que era niña, siempre he sentido una fascinación inexplicable por las gomas de borrar. Recuerdo con cariño la primera goma que tuve, una blanca y sencilla de la marca Pelikan. La sensación de su suavidad en mis manos y la facilidad con la que podía borrar mis errores me cautivó por completo.
A lo largo de los años, esta fascinación se ha convertido en una verdadera pasión. He formado una colección de gomas de borrar de todos los tamaños, formas y colores imaginables. Desde las clásicas gomas blancas cuadradas hasta las más elaboradas con figuras de animales, personajes de dibujos animados o incluso réplicas de objetos reales.
Para mí, las gomas de borrar no son solo herramientas para borrar errores. Son objetos llenos de posibilidades creativas. Me gusta imaginar que cada goma guarda en su interior un mundo nuevo por descubrir, ya que al borrar una idea, me obligo a mí misma a crear una mejor. Disfruto escribiendo a mano, una habilidad que pienso no debería perderse.
Es cierto que no todas mis gomas de borrar han sobrevivido al paso del tiempo. La humedad de Veracruz ha hecho mella en algunas de ellas, especialmente en las llamadas gomas migajón. Sin embargo, las que han resistido forman parte de un tesoro invaluable para mí.
Además de las gomas de borrar, también colecciono otros artículos de escritura, como ya lo platiqué en la entrada Pluma fuente Pelikan Souverän M600, así como lápices y libretas. Pero las gomas tienen un lugar especial en mi corazón. Son una extensión de mi creatividad, un símbolo de la posibilidad de empezar de nuevo y crear algo mejor.
Es por eso que hoy quiero compartir con ustedes mi fascinación por las gomas de borrar. Espero que les inspire a ver estos pequeños objetos con otros ojos, a apreciar su belleza y poder creativo.

