Por Aimée Padilla
En una pequeña casa a orillas de la playa, vivía Helena con su esposo Yván. El mar siempre había sido una fuente de inspiración y serenidad para ella, pero una mañana, su conexión con el océano tomaría un giro inesperado y misterioso.
Al alba, mientras el sol comenzaba a teñir el cielo de tonos rosados y dorados, Helena salió a pasear por la playa como era su costumbre. Sin embargo, lo que encontró esa mañana le heló la sangre: esparcidos por la arena, había decenas de huevos verdes, grandes como piedras, con un brillo casi sobrenatural.
«¡Yván! ¡Ven rápido!» gritó Helena, con un tono que oscilaba entre la excitación y el miedo. Su esposo, aún adormilado, se asomó por la puerta y frunció el ceño. «¿Qué pasa?» preguntó, mientras miraba hacia donde ella señalaba.
«Los huevos, ¡mira esos huevos verdes por todas partes!» exclamó la mujer, pero él solo agitó la cabeza. «No veo nada, Helena, ¿estás bien?»
Frustrada y confundida, Helena comprobó las noticias, pero no había reportes de ningún fenómeno similar. Era como si solo ella pudiera ver esas extrañas esferas.
Día tras día, las esferas seguían allí, y Helena comenzó a sentir una extraña atracción hacia ellas. Cada vez que se acercaba, las esferas emitían una luz tenue, un brillo verde que parecía respirar y palpitar al ritmo de su corazón. Cuando se alejaba, la luz se extinguía, como si dependieran de su presencia para existir.
Los días se convirtieron en semanas, y las esferas se multiplicaron. A pesar de la inquietud inicial, ella comenzó a sentirse cada vez más cómoda con su presencia, casi protegida. Una mañana, mientras el sol apenas asomaba en el horizonte, una de las esferas habló. Su voz era suave, casi una melodía, y las palabras resonaron directamente en la mente de la mujer.
«Únete a nosotros, Helena; eres la elegida para trascender los confines de tu mundo.»
Sintiendo una mezcla de paz y resignación, Helena asintió. Sabía que este era su destino. «Estoy lista», murmuró, mientras las esferas comenzaban a brillar con intensidad. La luz la envolvió por completo, y en un instante, tanto ella como las esferas desaparecieron sin dejar rastro.
Yván y los vecinos buscaron a Helena por días, pero nunca encontraron ni rastro de ella ni de las misteriosas esferas verdes. La vida en la playa volvió a la normalidad, pero para aquellos que conocían y amaban a Helena, siempre quedaría una halo de misterio y la dolorosa sombra de lo desconocido.
Así, las esferas de esmeralda se convirtieron en un susurro del viento, un cuento de la playa que algunos creían y otros descartaban como una leyenda local, dejando a la comunidad con un sentimiento agridulce y preguntas que jamás tendrían respuesta.
*Crédito de la imagen: Facebook Viva Huatabampo

