Cuando los roles se invierten

Sugerencia de escritura del día
¿Cuándo fue la primera vez que te sentiste adulto de verdad (si es que te ha pasado)?

Por Aimée Padilla

La vida está llena de ciclos, y uno de los más desafiantes es el de cuidar a nuestros padres en sus años dorados. Me siento afortunada de tener a mi mamá, una mujer de 81 años que ha sido un pilar de fortaleza en mi vida. Sin embargo, desde hace un mes, comenzó una lucha constante con su salud que me ha traído mucho pesar. Tras una operación hace cuatro años, parecía que todo iba bien; pero los recientes problemas de salud han traído consigo desvelos, consultas médicas y estancias en el hospital que me han hecho cuestionar no sólo el estado de ella, sino también el mío.

Ver cómo su salud física se deteriora, al mismo tiempo que su estado emocional se ve afectado, es doloroso. Ha llegado a expresar su enojo hacia Dios, reclamando por qué, a pesar de sus súplicas, no se le concede el deseo de descansar. Este sufrimiento no solo la afecta a ella; también me ha impactado profundamente. Ausentándome del trabajo, descuidando mis responsabilidades en casa y lidiando con el insomnio y un constante malestar, he sentido el peso de esta situación aplastando mis hombros.

A pesar de contar con el apoyo incondicional de mi hermano, soy yo quien está al frente de sus cuidados y la incertidumbre me abruma. No sé si estoy tomando las decisiones correctas. Cada acción que tomo, desde llevarla al hospital hasta administrarle sus medicamentos, está impregnada de dudas y cuestionamientos internos. Esta experiencia me está empujando a una madurez que antes no había sentido. No es que no haya sido adulta antes, sino que ahora la salud de otra persona se encuentra en mis manos, y eso implica una responsabilidad colosal.

Ahora comprendo de manera diferente a mi propia madre. Aquellas veces que la criticaba por decisiones que tomaba, que en mi mente infantil parecían equivocadas, ahora me parecen decisiones llenas de amor y la mejor intención posible. Ella hizo todo lo que pudo, guiada por su instinto y los consejos que recibió en su momento. Hoy, sin embargo, las cosas han cambiado; mi madre me reprocha haberla llevado al hospital, sugiriendo que debí permitirle morir en casa. Pero, ¿realmente no hice lo que consideré correcto en ese momento? Reflexiono sobre esto y llego a la conclusión de que las decisiones en el cuidado de los seres queridos son, en última instancia, un acto de amor.

Como hijos, tendemos a juzgar duramente a nuestros padres, olvidando que en algún momento, ellos sostuvieron nuestras vidas en sus manos sin un manual que les indicara el camino. Y aunque podamos encontrar sus decisiones cuestionables a lo largo de nuestra vida, es esencial recordar que todas sus acciones estaban dirigidas hacia nuestro bienestar.

Este viaje, aunque doloroso, me ha enseñado lecciones valiosas. A medida que avanzamos en nuestras vidas, todos llegaremos a esa etapa en la que, al igual que nuestros padres, seremos vulnerables y necesitaremos del cuidado de otros. Por lo tanto, debemos cultivar paciencia y empatía hacia ellos, entendiendo que su camino es igual de complicado y que su amor por nosotros siempre ha sido incondicional.

En este momento de dificultad, quiero rendir homenaje a mi madre y a todos los padres que han hecho lo mejor que han podido por sus hijos. Aprender de su experiencia es también una forma de honrar su legado. El amor y el cuidado son ciclos que se repiten, y aunque el camino a veces se presente difícil, la esperanza y la gratitud nos guiarán hacia adelante.

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