La Delgada Línea entre Fe y Salud: Una Decisión que Nadie Más Puede Tomar

Por Aimée Padilla

No es raro en tiempos de crisis que la fe se convierta en una fuente de fortaleza para los seres queridos. Sin embargo, también puede ser una fuente de conflicto y estrés, especialmente cuando la interpretación religiosa de alguien más intenta imponer límites en decisiones que afectan directamente la vida de otra persona.

Desde hace tres meses, mi madre se ha encontrado luchando contra una enfermedad cada vez más compleja y desgastante. Estos últimos días han sido especialmente duros. La gravedad de su estado nos llevó a hospitalizarla y hacer venir a mi hermano desde el extranjero. En el proceso, no sólo hemos enfrentado la incertidumbre sobre su salud y los desafíos de su cuidado diario, sino también una interferencia que nunca imaginé: la de una decisión religiosa que intentó anteponerse al bienestar de mi mamá.

Hace unos días, los médicos confirmaron que mi madre necesitaba urgentemente una transfusión de sangre debido a una anemia tipo II. En una circunstancia tan crítica, donde su vida literalmente pende de un hilo, la intervención médica debería ser incuestionable. Pero, al enterarse, mi tía –hermana de mi difunto padre y fiel creyente de los Testigos de Jehová– pidió al equipo médico que suspendieron la transfusión y optaran por Eritropoyetina, un medicamento menos efectivo en este contexto. Mi hermano y yo estábamos ausentes, agotados por los días de desvelo y estrés. El médico encargado se comunicó inmediatamente conmigo, ya que la información se le hacía muy extraña, ya que el día anterior, habíamos convenido en que se llevaría a cabo el procedimiento.

Esta intromisión por parte de mi tía, nos dejó atónitos y molestos. Obviamente le dije al médico que el procedimiento seguía adelante, que mi tía es testigo de Jehová y que jamás la autorizamos a hablar en nombre de nosotros.

Mi hermano y yo tratamos de asimilar lo que había sucedido. ¿Cómo era posible que alguien ajeno a nuestra decisión familiar y a las necesidades de mi madre hubiera intervenido en algo tan crucial? Mi tía, motivada por sus creencias, había tratado de imponerse en un momento en el que cualquier retraso o cambio de decisión podía tener consecuencias.

Esa intromisión me obligó a reflexionar profundamente. ¿Hasta dónde puede llegar alguien en su defensa de la fe? La religión es una guía, un consuelo en tiempos oscuros, y he sido testigo de cómo para algunos es el núcleo de su existencia, un refugio. Sin embargo, ¿es justificable poner en riesgo la vida de otra persona en nombre de esas creencias? Si algo tengo claro es que nadie, ni siquiera un familiar cercano, debería tomar decisiones en un tema tan delicado, especialmente cuando el bienestar de otro ser está en sus manos.

Lo más desconcertante de esta situación fue la absoluta certeza de mi tía en que accionaba de la mejor manera. Para ella, prohibir una transfusión de sangre era parte de un compromiso moral y espiritual. Y aunque puedo comprender sus motivos, no puedo aceptar que esa decisión se tome en mi ausencia, sin ninguna consulta ni autorización por parte de mi hermano y mía. Mi mamá ya está inconsciente y no puede hablar por sí misma, pero dejó de ser testigo de Jehová hace mucho tiempo. En este caso, la fe de mi tía la llevó a tratar de influir en un tema donde, honestamente, la vida debería estar por encima de creencias religiosas.

Esta experiencia me ha hecho considerar algo que muchos de nosotros pasamos por alto hasta que nos vemos en una situación similar: los límites. Amar a alguien implica respetar su fe y sus convicciones, pero también respetar sus decisiones vitales, sobre todo cuando éstas afectan su salud y su existencia misma. No se trata de un debate sencillo, ni de desacreditar las creencias de nadie, sino de establecer hasta dónde pueden interferir terceros en situaciones de vida o muerte.

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