Por Aimée Padilla
A veces, en medio del caos de la vida diaria, olvidamos la fuerza que tienen las palabras. Esa fuerza que puede reconfortar, motivar o incluso cambiar el día de alguien. En mi caso, tengo la costumbre de escribirles a amigos con los que he perdido contacto. No importa cuánto tiempo haya pasado desde nuestra última conversación; si algo me recuerda a ellos, me atrevo a enviar un mensaje.
Recientemente, le mandé un mensaje a un amigo de quien no había tenido noticias en tres meses, me enteré que la había pasado muy mal. Había estado en el hospital, enfrentando problemas de salud y sumido en una profunda tristeza. Algo dentro de mí me impulsó a escribirle. Mi mensaje fue sencillo: un saludo cálido, preguntándole cómo estaba y recordándole que pensaba en él. Nunca imaginé el impacto que tendría.
Al recibir mi mensaje, me respondió diciendo que le había alegrado el corazón. En su momento de oscuridad, saber que alguien pensaba en él lo hizo sentir acompañado. Su respuesta me conmovió profundamente y me hizo reflexionar sobre lo valioso que es este pequeño gesto: recordar a alguien, tomarse unos minutos para escribir unas líneas y demostrar que importa.
A menudo, subestimamos el poder de nuestras palabras. Creemos que no harán una diferencia, que tal vez la otra persona está demasiado ocupada o que simplemente no sabrá qué responder. Pero la realidad es que nunca sabemos cuándo alguien necesita una muestra de cariño, un recordatorio de que no está solo.
Lo más curioso de este hábito mío es que no solo ayuda a los demás, sino que también me ayuda a mí. En mis propios momentos difíciles, cuando siento que la tristeza o la incertidumbre me superan, el hecho de pensar en alguien más y enviarle un mensaje me da paz. Me conecta con los demás y me recuerda que, aunque nuestras luchas son diferentes, todos necesitamos un poco de luz.
Por eso, te invito a hacerlo. Esa persona que no ves desde hace años, el amigo que de repente dejó de escribir o incluso alguien con quien tuviste una diferencia en el pasado: mándales un mensaje. Pregúntales cómo están. No necesitas decir mucho, solo lo suficiente para que sepan que alguien se preocupa por ellos.
Nunca demos por sentado el impacto que podemos tener en la vida de los demás. A veces, un simple «¿Cómo estás?» puede ser lo que alguien necesita para volver a creer en los días buenos. Y en el proceso, tú también descubrirás que dar un poco de cariño puede iluminar tu propio corazón.

