El llamado de Ómicron

Por Aimée Padilla

Esa noche, Elena se durmió con una sensación extraña en el pecho, como si el aire del mundo estuviera cargado de algo desconocido. La tenue luz de la luna se colaba por las cortinas, acariciando su rostro mientras soñaba con lugares que nunca había visto.

De pronto, su sueño se vio interrumpido por una vibración leve que parecía emanar de las paredes de su habitación. Elena abrió los ojos y se quedó paralizada. Una luz azulada y líquida flotaba alrededor de su cama, como una brisa sólida que la envolvía. Quiso gritar, pero su voz estaba atrapada en su garganta. En un abrir y cerrar de ojos, sintió que su cuerpo se elevaba, dejando atrás las sábanas, el colchón, y la seguridad de su hogar.

Cuando pudo recuperar el aliento, se dio cuenta de que ya no estaba en su cuarto. Flotaba dentro de una esfera translúcida que viajaba a una velocidad inimaginable, atravesando un túnel de estrellas y colores que se mezclaban como en una acuarela cósmica. La esfera se detuvo de pronto, y delante de ella apareció un planeta brillante, rodeado de anillos dorados y nubes iridiscentes.

—¿Dónde estoy? —pensó, más que dijo.

Una respuesta llegó directamente a su mente, clara y serena.
—Bienvenida a Ómicron.

Elena fue llevada suavemente hasta la superficie del planeta. Ómicron era un lugar tan fantástico que parecía sacado de un sueño. El suelo era como un cristal brillante que reflejaba un cielo de colores cambiantes. Extrañas plantas gigantes se inclinaban hacia ella, como si quisieran observarla más de cerca. Los habitantes del planeta comenzaron a rodearla.

Eran altos, de piel luminosa y ojos como pequeños soles que cambiaban de color con cada pensamiento. No tenían bocas; sus palabras llegaban directamente al interior de Elena, como una melodía que vibraba en su mente.

—¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué estoy aquí? —preguntó, aún aturdida.

Uno de los omícronos, que parecía ser el líder, dio un paso adelante.
—Nosotros somos los Aganitos, guardianes de Ómicron. Te hemos traído porque tienes algo que necesitamos desesperadamente.

Elena sintió una punzada de miedo.
—¿Algo que necesitan? ¿Qué es?

—Tu habilidad para imaginar.

Los Aganitos le explicaron que Ómicron, aunque increíblemente hermoso, estaba en peligro. Su energía vital provenía de la imaginación y los sueños de las mentes conscientes, pero con el tiempo, su propia capacidad de soñar había desaparecido. Eran seres racionales, analíticos, pero habían perdido el poder de crear, de imaginar mundos nuevos y posibilidades.

—Hemos estado observando a los humanos desde hace siglos —continuó el líder—. En todo el universo, vuestra especie es única en la manera en que puede soñar despierta. Tú, Elena, eres especial. Tus pensamientos han brillado más allá de tu mundo. Tus sueños tienen una intensidad que podría devolverle la vida a Ómicron.

Elena se quedó en silencio, tratando de asimilar lo que oía. Todo esto parecía un delirio, pero de alguna forma, sabía que era real.
—¿Y qué se supone que haga? —preguntó finalmente.

El líder levantó una mano luminosa y tocó suavemente su frente.
—Déjanos entrar en tus sueños. Muéstranos el universo que llevas dentro.

A pesar de su nerviosismo, Elena cerró los ojos y permitió que los Aganitos accedieran a su mente. De repente, los paisajes de sus sueños cobraron vida a su alrededor. Aparecieron vastos campos de flores que cantaban con el viento, ríos de luz líquida que fluían hacia el infinito, y cielos llenos de constelaciones danzantes. Los Aganitos se movían por esos paisajes con asombro, absorbiendo cada detalle como si fueran niños viendo el mundo por primera vez.

Elena comenzó a sentirse conectada con ellos de una manera que nunca había experimentado. Sus sueños eran compartidos, amplificados, y devueltos a ella con una claridad deslumbrante. En ese instante, comprendió que su capacidad de imaginar no solo era un regalo, sino una forma de dar vida, de conectar mundos.

Cuando los Aganitos terminaron, el líder habló con gratitud.
—Tu imaginación ha renovado nuestra energía. Ómicron volverá a florecer gracias a ti.

Elena fue llevada de vuelta a su hogar, pero algo dentro de ella había cambiado. Despertó en su cama con el recuerdo vívido de Ómicron. Aunque su mundo seguía siendo el mismo, ella no lo era. Sabía que su capacidad de imaginar podía ser más poderosa de lo que había creído, capaz incluso de salvar un planeta.

A partir de entonces, Elena dedicó su vida a soñar sin límites, escribiendo historias y creando mundos que no solo alimentaban su espíritu, sino que, quizás, seguían llegando hasta Ómicron, donde sus habitantes la recordarían siempre como «la portadora de sueños».

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