Por Aimée Padilla
Hace unas entradas les conté que un peludo blanco había escogido mi auto como su cama nocturna. Aunque hay otros vehículos en el vecindario, él decidió que el mío es su favorito.
Pues bien, el susodicho ahora ha invitado a dos damas peludas que también se han acomodado en el garaje. Ellas de momento no han tenido el atrevimiento de dormir en el auto, pero disfrutan pasar las tardes jugando y retozando.
Déjenme aclarar que no son gatos callejeros. No, ellos tienen dueño, pues llevan sus plaquitas identificadoras que revelan su procedencia.
Leí alguna vez que los gatos nos escogen; que son ángeles de cuatro patas que deciden a qué humano regalar su compañía. Y me encanta verlos corretear mariposas o jugar con las hojas secas que caen de los árboles.
Cuando los miro, ellos me devuelven la mirada tranquila y confiada. A veces les digo: “Ey, ¿qué hacen allí?”, y me contestan con un maullido suave y cálido, como diciendo “Hola”, antes de bostezar perezosamente y volver a dormir.
He pensado en la idea de volver a tener mascotas, pero el recuerdo de Popi aún me duele. Mi duelo por su ausencia no ha terminado. A veces me sorprendo hablándole como solía hacerlo cuando estaba conmigo.

Iván insiste en que sería una buena idea, porque a él también le encantan, pero yo aún no estoy lista para que mi corazón vuelva a sangrar. Me encariño demasiado, y creo que no he aprendido a soltar. Su recuerdo sigue aferrado a mí, y pasar página se vuelve doloroso.
Ese proceso de pasar página está presente en todos los aspectos de la vida. Lo viví cuando dejé de formar parte de los testigos de Jehová: sentí luto y desesperanza, como si me hubiera quedado huérfana espiritualmente. Pero con el tiempo y la reflexión comprendí que aquello también fue parte de un aprendizaje.
La muerte de mi padre fue otro capítulo que me obligó a ese trabajo interno: ahora lo recuerdo con cariño y calidez, sin el dolor lacerante del principio.
Quizá la vida me regala a estos visitantes esponjosos como un recordatorio. Tal vez —solo tal vez— son un guiño de que es tiempo de seguir adelante y cerrar, poco a poco, la herida que dejó la partida de Popi.


