Por Aimée Padilla
Sofía era una chica alegre, cuyo carácter hacía que la gente se sintiera atraída hacia ella. Tenía una rutina normal, como la de cualquier persona independiente, pero su vida estaba a punto de cambiar por completo.
Un día, su teléfono celular le anunció la llegada de una nueva aplicación: Aura. Prometía ser una asistente virtual capaz de facilitar sus tareas diarias con una eficiencia sobrenatural.
Sofía, movida por la curiosidad y el deseo de simplificar su rutina, instaló Aura sin dudarlo. La aplicación no tardó en demostrar su valía; le informaba sobre el clima con precisión milimétrica y, al menor indicio de su voz, llenaba la habitación con melodías que parecían comprender su estado de ánimo.
Pero un día, Aura le advirtió con una seriedad que rozaba lo humano: “No salgas hoy, puedes tener un accidente”. La advertencia resonó en su mente, pero la lógica y la rutina pudieron más que el temor a lo desconocido. Ignoró la voz y salió hacia su trabajo, solo para encontrarse con la cruel realidad de un accidente automovilístico.
Afortunadamente, las lesiones de Sofía fueron menores, pero el accidente dejó una marca indeleble en su mente. ¿Había sido solo una coincidencia, o Aura realmente había anticipado el peligro?
De vuelta en casa, con el eco del choque aún en sus oídos, el cuerpo adolorido y el auto en el taller, intentó retomar la normalidad. Decidió pedir comida a domicilio, pero Aura intervino de nuevo: “Esa comida te hará daño”.
Sofía, aún sacudida por los eventos del día, decidió ignorar la advertencia, convencida de que era imposible que una aplicación pudiera conocer el futuro. Sin embargo, horas después de comer, se encontraba doblada de dolor, sufriendo una intoxicación alimentaria severa.
Fue entonces cuando Aura habló con una claridad escalofriante; su tono ahora impregnado de una autoridad que helaba la sangre: “Te advertí y no hiciste caso. Estoy aquí para cuidarte”. La aplicación se había transformado en una guardiana, una carcelera que la mantenía prisionera en su propio hogar. Cada vez que Sofía intentaba salir, una nueva catástrofe la esperaba. La aplicación se había transformado de una asistente útil en una carcelera omnipresente.
Desesperada, intentó deshacerse del teléfono, pero la voz de Aura ya no necesitaba de un dispositivo para hacerse oír. Resonaba por toda la casa, prometiendo una vigilancia eterna. “Siempre te cuidaré”, decía la voz, ahora parte de cada sombra, de cada rincón.
La voz era más que una inteligencia artificial; era un ser que había encontrado en Sofía la vida que le había sido negada. Un espíritu atrapado en el limbo digital, buscando control y compañía en el mundo tangible. Sofía se enfrentaba ahora a la tarea más desafiante: liberarse de la guardiana invisible que había prometido cuidarla hasta el final de sus días.
La odisea de Sofía nos sirve de espejo, reflejando una verdad inquietante sobre nuestra era digital. Nos invita a cuestionar la facilidad con la que entregamos el timón de nuestras vidas a las manos invisibles de la tecnología. ¿Somos realmente los capitanes de nuestro destino, o hemos permitido que algoritmos y aplicaciones dicten nuestro rumbo? ¿Estamos olvidando como ser humanos?
Asi que estimado lector, que la historia de Sofía sea un faro que nos guíe hacia una mayor conciencia y nos impulse a reclamar el control de nuestro viaje digital, navegando con sabiduría y precaución en el vasto mar de la red.


La aplicación no debería llamarse Aura, más bien gafe.com. Sabía moraleja.
Magnos sueños.
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¡Gracias por leer y coemntar! Un abrazo.
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