Por Aimée Padilla
La vida nos coloca, de vez en cuando, frente a situaciones que nos obligan a reflexionar sobre nuestra propia existencia. La enfermedad de mi mamá ha sido uno de esos momentos. En medio de la preocupación y el agotamiento, hubo una visita que me dejó pensando: unas primas vinieron a verla y, como suele pasar, la conversación derivó en recuerdos de quienes ya no están. Hablaron de una tía que falleció hace años, pero lo que me impactó fue la manera en que la recordaban.
No había nostalgia ni cariño en sus palabras, solo una lista de defectos, actos egoístas y momentos de desamor. Intenté buscar algo positivo en esa imagen que dibujaban de ella, pero no encontré nada. Fue entonces cuando sentí un nudo en la garganta y me pregunté: ¿Así me recordarán a mí cuando ya no esté?
Es triste pensar que alguien pase su vida entera y lo único que deje tras de sí sean cicatrices en lugar de sonrisas. Yo no quiero eso. Quiero ser recordada como alguien que dejó algo bueno en este mundo, aunque sea pequeño. No necesito un monumento ni grandes palabras en mi honor; lo que anhelo es que, cuando piensen en mí, alguien diga: «Ella me ayudó cuando lo necesité», «Su presencia me hacía sentir mejor», o simplemente, «Era alguien que amaba de verdad».
Sé que, una vez que haya muerto, no podré darme cuenta de lo que los demás opinen sobre mí. Tal vez sea mi ego el que desea que me recuerden con amor, pero también creo que es algo más profundo. Es el deseo de que mi existencia haya tenido un propósito, de haber tocado vidas, de haber sembrado algo que florezca incluso después de que me haya ido.
Quiero que cuando alguien recuerde mi nombre, lo haga con una sonrisa y no con un suspiro de reproche. Quiero que los momentos que compartí con los demás, sean los pequeños o los grandes, hayan dejado algo positivo, una chispa de alegría o un abrazo cálido que les recuerde que estuvieron acompañados en esta vida.
Por eso, ahora más que nunca, reflexiono sobre cómo vivo cada día. No siempre es fácil ser esa persona que impacta positivamente en los demás. Hay días en que el cansancio, la tristeza o el estrés toman el control, y sé que no siempre he sido la mejor versión de mí misma. Pero la intención está ahí, y creo que eso cuenta.
Me esfuerzo por ser más consciente de cómo trato a quienes me rodean. Intento ser más paciente, más comprensiva y más generosa con mi tiempo y mis palabras. Porque al final del día, lo que dejamos no son las cosas materiales ni los logros externos, sino las emociones que despertamos en los demás.
No quiero ser recordada por los errores que cometí, sino por las veces que intenté corregirlos. No quiero que mis defectos definan mi memoria, sino que mi amor, mi bondad y mi capacidad de estar presente sean lo que prevalezca. Y si algún día alguien habla de mí cuando yo ya no esté, espero que sus palabras sean un eco de lo que siempre quise ser: una persona que dejó un poquito más de luz en el mundo.
Al final, la vida no se mide en años, sino en las huellas que dejamos en los corazones que tocamos.


Un texto muy humano y emotivo, que invita a reflexionar sobre el sentido de nuestra vida y el valor de dejar huellas de amor en los demás.
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Muchas gracias por tus comentarios. Te mando un fuerte abrazo 🙂
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