El monje zopilote

Cuento corto autoría de Aimée Padilla

Matilda despertó de golpe aquella mañana, la claridad entró con toda intensidad en su habitación como un campanazo que te devuelve a la realidad. Consultó su reloj y se percató que se le había hecho tarde para el trabajo.

Bajó medio dormida hacia la cocina y se preparó una humeante taza de café que fue despertando cada parte de su cuerpo. Su perro Bob la miraba con la cabeza ladeada esperando pacientemente junto a su plato

Bob no me mires así, yo tampoco he comido nada aún.

Bob era un fox terrier ratonero que había rescatado el verano pasado; su dueña se había mudado dejándolo encerrado en la casa. El pobre animal estuvo aullando 3 días seguidos y fue cuando ella decidió investigar el paradero de la mujer, al ver que había dejado a Bob intencionalmente encerrado para que muriera, decidió abrir la casa y sacarlo de una muerte segura. Al principio el perro no confiaba en Matilda, pero con mucha paciencia y cariño consiguió que Bob permitiera se le acercara.

Abrió un sobre de comida y se lo sirvió a Bob quien lo olisqueó antes de probarlo.

– Vaya que eres exigente, ya sabes que el veterinario te mandó ese alimento porque estás pasado de peso.

Matilda era de ese tipo de personas que suelen hablar con sus mascotas, sabía que la gente pensaba que estaba chiflada pero eso la tenía sin cuidado. Se estiró para desperezarse y pensó “no tiene caso que corra, de por sí llegaré tarde”.

Encendió el televisor para ver las noticias y se dio cuenta que era sábado.

– ¿Sábado? con razón no sonó la alarma, en serio que no sé en qué día vivo.

Se puso las gafas y se arellanó en el sillón mientras Bob se tendía a sus pies. Tomó su pluma y su cuaderno y empezó a anotar las actividades que realizaría en el día. Era una mujer muy metódica que prefería seguir llevando sus registros de  manera analógica pues no confiaba del todo en la tecnología. Le encantaba sentir como el plumín se deslizaba con soltura en las hojas punteadas de su libreta.

Pasaron 10 minutos de haberse sentado cuando la sala comenzó a oscurecerse… así como cuando hay un eclipse y escuchó un fuerte aleteo que provenía de afuera. Se sobresaltó por ese motivo y decidió asomarse por la ventana.

Con gran asombro y terror, vio cientos de pájaros negros que se posaban en la barda de la casa; no hacían nada simplemente estaban allí parados sin hacer ningún ruido.

– ¿Pero qué demonios es esto?

Abrió la puerta y los pájaros la miraban con curiosidad. Matilda se estremeció al ver tantas aves paradas en su  barda. Miró hacia arriba y vio que en el tejado también había más pájaros negros. La gente pasaba por la calle y no prestaba atención a ese fenómeno inusual.

Bob entra a la casa.

Pero Bob salió al jardín sin prestar atención a los pájaros y eso se le hizo muy extraño ya que el perro por su naturaleza, era enemigo de las aves y cuando las veía les ladraba sin parar. 

– Buenos días Matilda -dijo con alegría su vecina Julia

– Buenos días…-dudó en preguntar sobre las aves, ya que Julia parecía  no percatarse de ellas, no podía ocultar la sorpresa que le causaba todo aquello

-¿Sucede algo? 

-Creo no es mi día, no he estado durmiendo bien.

-Ya lo creo a mí me ha pasado lo mismo últimamente.

-Julia disculpa te haga una pregunta que tal vez te parezca un tanto extraña pero… ¿Acaso no viste hace unos minutos como que se oscurecía el día… como cuando hay un eclipse?

-Julia la miró con suspicacia y le dijo:

-Me temo que no… ¿viste que se oscurecía el día? – y volteó la cabeza hacia el radiante sol que les caía a plomo.

-Es lo que te digo… que no he estado durmiendo bien. 

¿Cómo le podía preguntar ahora sobre los pájaros? Si claramente podía percibir que Julia no veía nada, ni Julia ni Bob, ni la gente que pasaba por la calle. Volvió a mirar hacia la barda y allí seguían los pájaros mirándola con mucha atención, sin gorjear siquiera, sin moverse, parecían pequeñas gárgolas que esperaban una orden para entrar en acción.

-Tal vez eso sea querida Matilda, la falta de sueño nos hace muy mal. Deberías tomarte unas vacaciones.

-Sí, eso haré… gracias por el consejo.

-Si querida, nos vemos mas tarde, tengo que ir de compras

-Desde luego, lindo día.

Julia pasó junto a la barda de Matilda sin hacer el menor comentario de los cientos de pájaros que seguían inertes. Miró a su alrededor antes de entrar nuevamente a la casa.

-Vamos Bob, entra – el perro obedeció meneando la cola alegremente.

El interior de la casa se había oscurecido… o al menos esa era la impresión que Matilda tenía, tal vez su imaginación le estaba jugando una broma pesada, era imposible que nadie  mas que ella pudiera ver a esos animales emplumados.

De repente, del exterior se escuchó un estruendoso sonido metálico, parecido al que hace un gong y las paredes retumbaron. Matilda pegó un fuerte grito mientras Bob la miraba con extrañeza. Corrió asustada hacia un rincón de la pared y con mucho temor miró hacia el exterior; y para su sorpresa los pájaros habían desaparecido.

No pudo contenerse y salió al patio para cerciorarse de que los pájaros se hubieran ido… Efectivamente los pájaros de la barda ya no estaban; volteó hacia la casa y con gran estupor vio que todos se habían concentrado en la azotea, sintió que las piernas no la podían sostener mas y se desvaneció quedando sentada como ida mirando fijamente como las aves se habían puesto en corrillo en torno a algo que ella no alcanzaba a ver.

Bob ansioso, ladraba a su dueña y gimoteaba lastimosamente porque sentía que algo le pasaba a Matilda, así que ella lo abrazó para poder tranquilizarse un poco. ¿Qué le estaba sucediendo?  ¿Qué eran esas alucinaciones que no tenían explicación?  De repente, nuevamente el sonido del gong la hizo saltar, se tapó los oídos y repetía “estoy soñando, debo de estar soñando”

Uno de los pájaros se separó del corrillo y voló hacia su regazo mirándola fijamente, Matilda asustada  le dijo:

-¡Vete de aquí! ¡Déjame en paz! – pero el pájaro no se iba. Ella temía siquiera tocarlo, tan solo se alejaba pero el ave seguía en el mismo lugar.

La gente que pasaba, empezaba a detenerse para mirar la escena de Matilda arrastrándose por el jardín gritando a la nada, y al perro Bob gimoteando sin control. Los vecinos comenzaron a salir de sus casas alertados por los gritos de Matilda, así que sobreponiéndose al terror se paró y entró a la casa a trompicones seguida de Bob, mientras el pájaro retomó el vuelo para posarse nuevamente en la azotea.

El interior de la casa se había puesto más lúgubre… la televisión seguía dando las noticias totalmente ajena a la extraña experiencia de Matilda, de hecho la temperatura había descendido y comenzaba a tener frío. Cerró puertas y ventanas porque tenía la desagradable sensación de que ese algo que ella no alcanzó a ver, muy pronto se pondría en contacto con ella. 

Cuando estaba a punto de cerrar la puerta de la cocina, uno de los pájaros negros (o quizá el mismo que se posó en su regazo) se coló por la puerta y se paró en la encimera mientras hacía un pequeño ruido de gorjeo. Matilda corrió horrorizada hacia su recámara pero otro pájaro le cerró el paso, o al  menos eso creyó ella pero el pájaro no la atacaba, tan solo la  miraba parado al pie de la escalera, así que Intuyó que esos pájaros querían comunicarse.

-¿Qué quieren de mí?

El pájaro que entró por la cocina dio unos pequeños pasos hacia el patio y la volteó a ver, como invitándola a salir al exterior, mientras que el pájaro que estaba al pie de la escalera voló y se unió al otro para mostrarle el camino.

-¿Quieren que los siga?

Matilda pensó que debía estar loca pero le pareció escuchar en su mente que los pájaros le decían que tenía que ir a la azotea.

Bob quédate aquí, ahorita regreso. 

Cerró la puerta de la cocina para que el perro no la siguiera y subió por la escalera del patio que daba a la azotea. Mientras iba subiendo, vio como los pájaros la observaban con  mucha atención siendo mudos testigos de la misteriosa escena que tan solo Matilda veía. Una vecina que tendía la ropa vio como la joven subía las escaleras; no le pareció que hubiera nada extraño y continuó con sus labores domésticas.

Al llegar a lo alto vio de lo que se trataba, los pájaros estaban rodeando a un ave de mayor envergadura pero que tenía un ropaje negro con capucha, se le asemejó a la vestimenta de un monje. Conforme ella avanzaba los pájaros se abrieron para que ella pudiera acercarse al que claramente era el líder. Extrañamente todo el terror que había sentido desapareció, estaba cautivada por la penetrante mirada de fuego del zopilote quien se comunicaba con ella a través del pensamiento.

-He venido por tí

-¿Perdón?

-Eres la elegida

-¿Elegida?

-Es normal que no lo recuerdes, pero es hora de partir.

-¿Partir hacia donde?

-Ya lo verás, vamos que se  hace tarde.

-Espera ¿Qué será de Bob? Además no se quien eres, como me  voy a ir solo porque tú lo dices -dijo ella en tono obstinado, sintiéndose sumamente ridícula por estar hablando con un pájaro carroñero de capucha negra.

Bob encontrará a alguien así como tú lo rescataste, esa es la misión de él. La tuya la sabrás muy pronto. No todos pueden verme solo unos cuantos a quienes se elige de antemano. Perdona si soy tan parco pero no nos queda mucho tiempo, el portal está a punto de  cerrarse.

-Matilda dio media vuelta y se alejó a toda prisa del lugar; bajó las escaleras con todas las fuerzas que le daban sus piernas mientras se repetía «¿portal? ¿elegida? ¿Bob tiene una misión?» y de repente, todo se tornó de color negro.

Pasaron 3 días y  la casa de Matilda tuvo que ser abierta por la policía pues el perro Bob no paraba de aullar. Fue un caso muy extraño que salió en las noticias, ya que la casa estaba cerrada por dentro, la televisión encendida, su cuaderno de notas en el sofá, una taza de café a medio terminar pero no había rastros de la propietaria por ningún lado. Los detectives interrogaron a varios vecinos, éstos dijeron que era una chica tranquila que no se metía con nadie, incluso una vecina testificó que había visto a Matilda subir a la azotea y que era la última vez que la habían tenido noticias de ella.

-Pobre Bob -dijo Julia mientras cargaba al pequeño terrier- No puedo creer que Matilda te abandonara… ven a mi casa, espero que muy pronto ella regrese o cuando menos sepamos lo que le pasó.

El pequeño perro miró a Julia con sus redondos ojos y se acurrucó entre sus brazos; se sintió cómodo y reconfortado, sabiendo que su nueva misión acababa de empezar.

Crédito de la imagen: tomada de internet

2 respuestas a «El monje zopilote»

  1. Pensé que era la historia sobre un monje tonto… Por estos lares la palabra “zopilote” es totalmente desconocida…
    Me cautivó la historia. En un momento se me aceleró el corazón. ¿Tiene continuación? Quedé en expectativa.
    Un abrazo.

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    1. Que bueno que te gustó. De hecho antes de ponerle título busqué sinónimo de «zopilote» porque efectivamente supuse que en otros países no se conocía ésa palabra, pero el buitre tiene cabeza calva y es como encorvado. El animal carroñero que describí es una especie de cuervo muy grande que es muy común en las rancherías de mi localidad, así que confié en que lo buscarían en Google así como le hiciste tú. No tenía en mente hacer una segunda parte pero lo tendré en cuenta.

      Gracias por leer.

      Un abrazo de vuelta.

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